La mejor estrategia para acceder a las ayudas directas europeas

CESCE

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Los aspectos sociales, medioambientales y tecnológicos son fundamentales para optar a las subvenciones directas que Bruselas ofrece para las empresas, que son más cuantiosas y ventajosas que las que gestionan las propias administraciones nacionales, autonómicas y municipales

En la actualidad, la Unión Europea ofrece numerosos programas de ayudas para todo tipo de empresas ubicadas en los países comunitarios. Pero todas ellas se pueden englobar en dos grupos, las directas y las indirectas. Estas últimas las coordinan y aprueban las administraciones nacionales y, también, autonómicas y municipales. Son las preferidas por las compañías. Primero por la cercanía y el trato más sencillo que tienen con organismos que conocen y con los que, presumiblemente, ya han tratado en el pasado. Y, segundo, porque la competencia es menor, ya que no es necesario “pelearse” con todas las empresas europeas.

Las subvenciones directas, en cambio, las gestiona la propia Comisión Europea y aunque son menos utilizadas por nuestras compañías son más ventajosas, incluso para las pymes. Para empezar, la cantidad que se entrega a las firmas adjudicatarias es bastante superior que en el caso de las indirectas. De hecho, alcanza cerca de 20 millones de euros incluso por un solo proyecto. Por este motivo, los requisitos para acceder a las mismas son mucho más complicados que con las subvenciones que manejan los propios países europeos.

Una de las exigencias más importantes que Bruselas impone a toda empresa que pretenda solicitar una ayuda es que su actividad concuerde con las líneas estratégicas que persigue la propia UE y que solucione alguna carencia para la población europea. Un ejemplo claro: carece ahora del más mínimo sentido pedir dinero a Europa para proyectos de generación eléctrica contaminante o para vehículos de combustión cuando una de las directrices más claras de la Comisión es precisamente fomentar la transición energética hacia un modelo de producción libre de emisiones.

Asimismo, la UE también favorecerá aquellas peticiones que mejoren diferentes aspectos de la sociedad, en ámbitos tan dispares como el tecnológico o el social.

Bruselas premia las novedades. Una iniciativa empresarial que sea rompedora y que ofrezca grandes ventajas frente a lo que ya existe en el mercado tendrá más posibilidades de resultar agraciada que otra que no supone nada desde el punto de vista disruptivo. Ahora bien, la Unión no quiere “vendedores de humo” sino que destinará su dinero solo a aquellas compañías que tengan un plan de negocio creíble. Por ello, cualquier proyecto debe contener información detallada sobre su impacto positivo en el negocio de la compañía, como los ingresos previstos, sus costes, etc. También es importante destacar si la iniciativa será capaz de generar puestos de trabajo, detallando en este ámbito la previsión exacta de empleo que puede generarse.

 

Componente digital imprescindible

La modernización de la economía comunitaria es otro de los aspectos que la Comisión Europea trata de impulsar desde hace años. Con ello, pretende reducir la brecha tecnológica que separa al Viejo Continente de otras economías como la estadounidense o la de algunos países asiáticos. Dicho retraso ha sido especialmente perjudicial en estos dos últimos años, donde la falta de empresas europeas fabricantes de semiconductores han generado una escasez de chips que sectores industriales, como la automoción, sigue padeciendo.

Para revertir estos problemas, Europa exige a cualquier empresa que pretenda optar a alguna de sus ayudas directas disponer de una estrategia de digitalización. Quizá se pueda pensar que eso es absurdo en el siglo actual, pero sin duda es una carencia que algunas pymes siguen presentando. Con la misma idea, las opciones de obtener una presentación exitosa se incrementan en gran medida si traen consigo un componente de modernización digital.

Lejos de lo que pueda pensarse esta exigencia no es exclusiva de firmas tecnológicas, sino que se extiende a todos los ámbitos de actividad económica, incluyendo sectores en un principio más alejados de la tecnología como puede ser el primario.

Por último y no menos importante es que cualquiera que pretenda que la Comisión Europea se rasque el bolsillo debe tener en cuentas aspectos como la brecha de género, la economía circular o el cambio climático. Esto no quiere decir que un proyecto deba ser fuerte en todos los aspectos que pide Bruselas. Pero salta a la vista que añadir el mayor número de requisitos posible aumenta en gran medida las posibilidades de resultar agraciado con las onerosas ayudas directas que Bruselas pone a disposición del tejido empresarial comunitario.

En definitiva, el cuidado de los componentes sociales, medioambientales, tecnológicos en los proyectos es quizá el mejor consejo que se puede dar a las empresas grandes o pequeñas que traten de obtener una ayuda de la Comisión Europea.

 


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