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Los mercados destilan desconfianza hacia la economía china

Diego Herranz,
Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce

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La crisis inmobiliaria drena el dinamismo del gigante asiático y ha sumido al gran motor de la actividad global en una espiral de deflación y desconfianza inversora.

China no ha iniciado 2024 por una andadura adecuada. Al menos en los mercados de capitales. Solo en enero, y mientras el S&P 500 mantenía una estela de récords labrada a lo largo de 2023, de Hong-Kong se fugaban 1,5 billones de dólares, una salida de un calibre similar al del PIB español. Y lo que es peor; desde que su indicador alcanzase su cénit, en 2021, se han esfumado 7 billones de dólares y el parqué de activos de la ex colonia británica ha perdido el séptimo puesto en la clasificación mundial de centros financieros -en este caso a favor de la National Stock Exchange (NSE) de Mumbai, dando a su rival regional (India) el estatus de cuarto mercado de capitales del planeta, por nacionalidades, por detrás de EEUU, de China y de Japón.

Este sorpasso de India se ha entendido dentro del ámbito político y bursátil de China como una afrenta en toda regla. Tanto o más que la preocupación por la huida de capitales y la pérdida de confianza inversora en la segunda potencia mundial. Hasta el punto de que Pekín ha activado ya una acción concertada de su equipo económico, de sus autoridades monetarias y de sus órganos de supervisión bursátil para contener esta oleada. Por orden del presidente Xi Jinping, y con una encomienda de gestión personal hacia Yi Huiman, máximo responsable del regulador de activos -la CNMV china- y de asunción de responsabilidades políticas al primer ministro, Li Qiang.

Como primera medida, según fuentes familiarizadas, el despliegue del rescate es de un calibre notable. Nada menos que 278.000 millones de dólares, procedentes principalmente de los beneficios recabados por las empresas estatales en el exterior y que han acabado nutriendo un fondo de estabilización con el que Pekín está adquiriendo activos, desde mediados de enero, a discreción en el mercado hongkonés.

 A esta milmillonaria cantidad, similar al PIB de Portugal -2 billones de yenes, en moneda local- se suman otros 300.000 millones de yenes destinados a la compra de acciones por parte de fondos de inversión como el China Securities Finance o el Central Hujin Investment -ambos bajo dominio estatal-, lo que acentúa el “sentido de urgencia” que ha otorgado el equipo económico de Qiang al impulso de un indicador -el CSI 300- que se ha situado en su cota más baja desde 2021.

El propio primer ministro ha justificado una acción destinada a restaurar los flujos de capital del exterior. En especial, de EEUU. Un desafío nada sencillo porque desde algunos análisis privados ya se anticipa un decoupling bursátil alentado por la Casa Blanca y que podría destensar los lazos cada vez más frágiles entre los sectores privados de ambas superpotencias. El 35% de retroceso en la capitalización del antiguo enclave británico en China contrasta con el aumento del 14% de los mercados de capitales estadounidenses y el 60% de las bolsas indias, con la NSE por bandera.

Hace menos de un lustro, los valores chinos estaban en ebullición y los inversores extranjeros se frotaban las manos con la boyante prosperidad económica de China. Incluso después de pasar de crecimientos de dobles dígitos a instalarse en repuntes anuales del 6%. Con Hong-Kong como estandarte receptor de flujos de capital foráneos, con alzas del 6% anual y el permiso de invertir directamente en su parqué, para las carteras offshore, desde 2014. Cuatro años más tarde, MSCI -firma financiera global-, empezó a incluir entre sus valores habituales a los índices bursátiles de la China continental.

La profesionalización de los mercados de capital elevó una confianza tal que llegó a verse una prosperidad con corrección de desigualdades en la sociedad china por la popularización de las inversiones en bolsa. Al tiempo que las multinacionales elegían los mercados del gigante asiático como preferenciales entre las plazas emergentes.

Pero algo se ha quebrado desde entonces. Empezando por los cambios regulatorios de 2020 en el sector tecnológico y siguiendo por el fiasco de la política de Covid-cero. Dos fenómenos a los que se han unido una crisis inmobiliaria iniciada por la quiebra -soterrada hasta su cierre concursal- de Evergrande, la gran promotora, con un alto clientelismo crediticio con los bancos estatales y demasiados activos tóxicos en sus libros contables y siguiendo por la caída del ahorro familiar y el galopante paro juvenil, que ha empujado al país a una persistente deflación y a la japonización de su economía: un estancamiento de la actividad con precios en negativo y que ha frenado de raíz la pujanza nipona durante los últimos tres decenios.

Hong-Kong personifica este cambio de registro inversor. Después de que las bolsas de la China continental se hicieran con las tres cuartas partes de la capitalización bursátil del país, de que el mercado de capitales indio se aproxime en negociación de activos y de que Japón haya logrado reanimar su economía y hacerse de nuevo con el liderazgo accionarial de la industria tecnológica, la debilidad productiva china y el riesgo de decoupling de los mercados parece haber colocado otro clavo en su ataúd. Lejos quedan las exigencias anteriores y, sobre todo, posteriores al credit crunch de 2008 de acreditar gastos de capital e inversiones y de investigación y desarrollo a las firmas extranjeras, primero, y a las chinas, después.

El mensaje de Jinping de ordenar la compra de acciones de capital nacional para tratar de elevar los índices bursátiles parece un parche a corto plazo que necesitará de un bazuca monetario en el futuro para restablecer la confianza inversora. Algo que tampoco garantizará la estancia habitual del capital foráneo. Sobre todo, si continúa la carrera de restricciones regulatorias -como la que Pekín acaba de aprobar al sector de los juegos online- y persisten los errores económicos con la reticencia del gabinete de Qiang a liberar planes de estímulo y monetarios con la resistencia del banco central a bajar aún más lo tipos para atender la deflación.

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