Alex Ordóñez,
Colaborador de Asesores de Pymes externo a Cesce
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La política monetaria ultralaxa seguida por el país durante décadas sitúa a su economía en una muy peligrosa situación, con el PIB cayendo, los precios subiendo y un yen devaluado que encarece en gran medida las compras japonesas en el exterior.
Japón atraviesa un momento económico muy complicado del que se pueden extraer importantes conclusiones. Para empezar, la inflación se disparó en 2022 hasta superar el 4,3% (lo nunca visto en un país que ha hecho de la deflación su bandera económica), y mantenerse a lo largo del pasado año en más del 3%. Por si fuera poco, la economía ha entrado en un periodo de ralentización con unas previsiones que apuntan a que el PIB crecerá poco más del 1% en el presente ejercicio. A todo ello hay que sumar que Japón tiene el dudoso honor de liderar la clasificación de los países más endeudados del mundo con un pasivo que supone el 257% del PIB. Con todo, el mayor problema reside en un yen en mínimos de décadas, que ha hecho saltar todas las alarmas entre los economistas.
¿Cómo ha llegado el país del sol naciente a esta situación? Como casi todo lo que ocurre ahora en el ámbito económico, la actuación de los bancos centrales es la que ha generado el actual momento de la economía nipona. Pero vayamos por partes. Durante décadas, el Banco Central de Japón ha aplicado una política monetaria ultralaxa (con tipos de interés de 0 o incluso negativos). Esto ha tenido varias consecuencias. Para empezar ha permitido al país seguir creciendo a cotas razonables, ya que ha facilitado la actividad gracias a la financiación barata. Asimismo, se ha logrado mantener a raya los precios durante buena parte del siglo XXI. Por otro lado, se ha convertido en el gran tenedor de una deuda japonesa, que se ha disparado gracias a los pírricos tipos de interés.
Con este sistema, Japón ha permanecido ajeno a lo que ocurría en el resto del mundo, mostrando alzas de la economía razonables y una inflación asumible, pero a cambio se ha convertido en el primer país del mundo por porcentaje de deuda respecto al PIB, con más del 250%.
Pero esta situación idílica se ha transformado en pesadilla por dos motivos. El primero está en el incremento de los tipos de interés en Occidente. Esto ha impulsado la cotización del dólar y el euro y, a su vez, ha desplomado el valor del yen. El segundo: Japón ha dejado de ser el país de la deflación y ahora presenta un alza de precios superior al 2% por la guerra en Ucrania, que ha disparado los alimentos por encima del 7%, el aumento de los costes energéticos un 14% y un tipo de cambio muy perjudicial por la caída de la moneda local.
No obstante, lo más grave es el desplome del yen, ya que Japón es una país netamente importador (conviene recordar que es un archipiélago de islas asilado de casi todo el mundo salvo de China -país con el que no hay una buena relación por lo ocurrido en el pasado, especialmente en la segunda Guerra Mundial-, Corea y Rusia). Buen ejemplo de esta dependencia de lo que llega del exterior es que en el pasado 2022, Japón presentó un déficit comercial de casi 150.000 millones.
Esta necesidad de adquirir bienes del exterior está golpeando fuertemente la economía del país, ya que al alza de los precios que sufren la mayoría de los países exportadores se une la devaluación del yen. Un caldo de cultivo perfecto para disparar la inflación hasta niveles que no son asumibles en el país del sol naciente.
Todo este cóctel explosivo ha hecho que el PIB del país cayera un 0,7% en el tercer trimestre, lo que ha terminado de encender ya todas las alarmas. En este contexto, el Banco Central de Japón está entre la espada y la pared. Por un lado, necesita imponer una política monetaria más agresiva para contener los precios e impulsar el valor del yen. Para lograrlo tendría que subir los tipos de interés y reducir su balance, es decir, comprar menos deuda japonesa. El problema es que esto amenaza con pasar una importante factura a la economía del país. Para empezar, el PIB se verá lastrado por el frenazo en la actividad económica y, por si fuera poco, dejar de adquirir bonos soberanos japoneses obligará al país más endeudado del mundo a salir al mercado a buscar dinero, que quizá reciba, pero a un precio mucho mayor. O, dicho de otro modo, el alza de tipos permitirá a Japón controlar el IPC y elevar el valor del yen, pero a cambio puede tener grandes dificultades para financiarse y puede hundir su economía.
Una situación que el país se ha buscado sin ayuda de nadie al cometer el grave error de considerarse ajeno a lo que ocurre en el resto del planeta. Eso le ha servido durante décadas, pero los conflictos geopolíticos (que han disparado los precios) y otros acontecimientos extremos como la pandemia (que tensó las cadenas de suministro encareciendo el comercio y las importaciones) sitúan a Japón en una posición más que delicada. Esto evidencia que es imposible vivir al margen de la globalización y que cualquier acontecimiento que ocurre a miles de kilómetros de distancia puede afectar a la microeconomía de cualquier país.